martes, 14 de junio de 2016

NAÏARA SOPHIA ROMERO ROSAS



(La historia contada por Raquel)
La llegada de un bebé desde el primer momento en el que la madre siente aquel tan bien llamado instinto maternal, es único y especial. Es como les sucedió a Karla y Alex, tuvieron la dicha de sentir aquella sensación tan maravillosa.

Aquella tarde en la que la vida de la joven pareja cambiaría por completo, era tan perfecta con aquel ocaso. El corazón les latía de una manera tan espectacular que parecía que se les iba a salir del pecho.

Había llegado el momento de abrir aquel sobre blanco que contenía la respuesta a aquella intuición que sentía Karla. Ambos con muchísimo miedo abrieron el sobre, al leer el resultado Alex abrazó a Karla fuertemente entre lágrimas le dijo: ¡Voy a ser papá! ¡Me haces el hombre más feliz del mundo entero!

Todo era una mezcla de felicidad, confusión, miedo y amor, y es que todo eso era nuevo para ellos. No sabían cómo darles la noticia a sus familias, pero quedaron que darían la noticia solo a la familia de Karla, y en cuanto cumpliese 3 meses se la darían a la de él.

Y así lo hicieron, la familia de Karla con la misma reacción que Alex tuvo en cuanto supo de la gran noticia, la abrazaron y brindaron su apoyo, comprensión y amor. La madre de Karla la engreía con uno que otro antojo que ella tuviese, al igual que su padre y Alex, todos atentos con ella ante sus malestares y/o síntomas que ella tenía.

Y así pasaron dos meses, Alex quería oír los latidos de su bebé ya que él también quería experimentar de algún modo lo que Karla vivía día a día. Ambos tomados de las manos fueron a la clínica para poder conocer a su bebé. En cuanto la radióloga colocó aquel gel tan frio y luego procedió a palpar el vientre de Karla con el ecógrafo.

El consultorio era una capsula llena de emociones perfectas, como aquellos latidos que escucharon, muy atentos oían lo que la radióloga les relataba con respecto a lo que se proyectaba en aquella pantalla, pero sin dejar de oír maravillados los latidos de su bebe.

Se quedaron solos en el consultorio por unos minutos, ambos no podían controlar sus lágrimas, el llenaba de besos su vientre poco importaba que ella aún tuviese el gel. Allí decidieron elegir el nombre de su bebe (aunque no supiesen si sería varón o mujer) ambos coincidieron que Naïara Sophia describía la perfección de sus vidas. Al tener en sus manos, la primera fotografía de su bebé, fueron a un centro comercial, allí compraron dos pares de hermosas botitas, una color rosa y la otra azul marino.

Todo había sido felicidad durante esos dos meses y diecinueve días, los síntomas de Karla seguían intensificándose, pero el médico decía que eso eran indicios que el embarazo iba bien. Hasta aquella noche, ocho de junio de 2016, aquella noche que ambos saben que la tendrán marcada en sus almas durante toda su vida.

Inició con unos cólicos leves mientras dormían, los cuales intentaron calmar con un poco de agua tibia, pero eso no bastó ya que luego se vendría la parte peor. Karla pudo conciliar el sueño durante unas horas, hasta que un dolor bastante agudo la despertó de manera inmediata, con unas ganas tremendas de ir al baño, al momento de quitar la colcha lo que vio, era como una escena de terror.

La cama llena de sangre, lo único que pudo exclamar fue: ¡Alex! ¡Naïara! ¿Qué le está pasando?. Alex sin saber que responder a aquellas preguntas tomó a Karla entre sus brazos, la cubrió y le puso sus pantuflas. Llamó un taxi y la llevo al hospital, en el trayecto Karla perdió la conciencia y se desmayó.

Había pasado un tiempo desde que habían llegado al hospital, nadie le daba razón de que estaba pasando con su bebé y su novia. Una enfermera salió a la sala a preguntar por los familiares de Karla, y él se levantó del mueble, ella lo conduciría al cuarto en el que Karla se encontraba.

Efectivamente, allí estaba tan dormida como cuando la tuvo en brazos, un médico ingresó al cuarto. Alex solo quería una respuesta a todas sus dudas, y las obtuvo aunque no las entendía y mucho menos las aceptaba.

La contemplaba tan quieta (como nunca podía estar), y entre lágrimas recordaba aquellas respuestas.
-      -¿Cómo está mi novia? ¿Cómo está mi bebé?
-      Ha perdido mucha sangre, ahora la estamos estabilizando.
-      -¿Qué pasó? ¿Cómo está mi bebé?
-      Tuvo un aborto espontaneo, su bebé murió.
-      -¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué hicimos mal? ¿Qué le faltó a mi novia?
-      Señor, esto suele pasar muchas veces sin explicación alguna, y ésta es una de esas veces. Su novia se recuperará, pero debe seguir ciertas pautas para su recuperación.
-      -Déjeme a solas con ella, por favor…

El cuarto se había tornado frío, solo pudo reposar su cabeza junto a la de su novia. Pasaron unas horas y ella despertó, al verlo con los ojos rojos, sus preguntas eran casi las mismas.
Alex pasó a decirle lo que el médico le dijo, Karla se derrumbó en un montón de lágrimas de un dolor inexplicable, para luego pasar a culparse y que todo aquel amor e instinto maternal se destruyan, para que el odio y el dolor pasen a tomar esos lugares.

Han sido días realmente espantosos desde aquella noche, Karla no logra dormir sin pasar horas llorando y culpándose. Alex sigue tan detallista y amoroso como cuando Naïara estaba con ellos.

Karla y Alex, conservan y cuidan única foto de su pequeña. La cuidan como si fuese ella, cada día se levantan y le dan su beso de buenos días, al salir a trabajar también y cada noche antes de dormir hablan con ella.

Voluntario o no, igual te destruirá

El aula está en silencio y todos se han ido. Entran tímidos rayos solares por la puerta y las ventanas, propios del clima seco de La Molina. Estoy reflexionando sobre una conversación que acabo de tener. Y me sorprendo a mí misma, experimentando pensamientos intensos y con la mirada fija en el proyector que pende del techo. 

Hace unos minutos, una alumna mía me ha pedido unos minutos para conversar y explicarme por qué no tiene en la mano la tarea encargada hace una semana. 

Raquel debe tener unos 20 años. Es pequeña, menuda, de cabellos castaños, delgada y con una chispa de inteligencia propia de las mujeres de este siglo. Sin embargo, esta vez luce muy frágil delante de mi escritorio. 

  -Cuéntame, Raquel. ¿Qué pasó? 

Su mirada se vuelve vidriosa, las delgadas venas en las escleróticas toman color carmesí intenso. Sus finas y escasas pestañas se tornan brillantes. Su nariz se contrae. Sus labios forman una línea tensa. Y unas pequeñas arrugas sinuosas empiezan a marcarse en su mentón. Sus manos tiemblan y las oculta en el bolsillo de su casaca. Me mira fijamente, como si sus pupilas quisieran penetrar en mi mente.

  -¿Qué pasó? 

Ella baja la mirada y hace otro doloroso esfuerzo para contener las lágrimas. No contesta. 

-¿Estás embarazada? 

Las gotas saladas no aguantaron más y corren por sus mejillas. Pero no es temor, miedo, ni siquiera alegría por el estado de gravidez que adiviné. Lo que esos ojos me trasmiten es dolor inmenso, un grito ahogado y desamparo incalculable. 

-¿Has perdido al bebé? 

Asintió levemente, cerró los ojos y contrajo la frente. La pena infinita no podía ser más evidente en su joven rostro. 

-Dale un nombre al bebé y reza por él o ella para que su alma esté tranquila. No te voy a preguntar si fue voluntaria o no esa pérdida, pero sí debes saber que el efecto en tu alma y en tu corazón no hace distinción. El dolor en tu pecho y en tu vientre permanecerá en ti por siempre, lo único que puedes hacer ahora es darle calma a ese bebé, ora por él, más allá de que seas católica o no. 

Karla no pronunció una palabra. Su mirada embotada de tristeza y esa lágrima que pende desde el barranco del contorno de sus ojos, me revela que ha llorado por varios días y probablemente lo seguirá haciendo por mucho tiempo más. 

Y así estoy, sentada en el aula vacía, tras el pequeño escritorio, analizando con sesudo detenimiento la tenue luz verde del proyector. Y pienso en las mujeres que decretan con voz encandecida hasta que les arde la faringe: Es mi cuerpo, yo decido. Y también pienso en las mujeres que al enterarse de su maternidad fabrican un halo de protección para su bebé y dejan de pensar en sí mismas.

Dos mujeres diferentes, pero el impacto desgarrador en la mente, corazón y alma es idéntico cuando aquel ser ya no vive en ellas. En sus miradas se apaga el entusiasmo, la euforia y la alegría de vivir. En sus pupilas mora ahora una nuble blanquesina, en sus párpados habita la pesadez y sus pestañas empiezan a ser carcomidas por la sal de las lágrimas. 

"Cada mañana es un martirio, intento sonreír, pero tengo todo destruido por dentro", me ha dicho Raquel en un mail horas después.

¿Importa saber si fue voluntario o no? No.

¿Logrará superar ese dolor intenso que vivirá en ella por el resto de sus días en la tierra y la eternidad en el cielo? No.

¿Conseguirá librarse de ese ahogo eterno en el pecho que tendrá cada vez que tome un respiro y recuerde que su bebé no tiene ese privilegio? No.